top of page
Buscar

Cuando mi cuerpo habla

  • Foto del escritor: Ana Karen
    Ana Karen
  • 16 ago 2021
  • 3 Min. de lectura

En 2014 tuve mi primera crisis de dermatitis atópica.

Nunca en mi vida había escuchado el término y mucho menos entendía que se tenía que hacer en esos casos.


Recuerdo que comenzó como irritación en la piel hasta que varias zonas de mi cuerpo se llenaron de ronchas que me abrieron la piel y la dejaban tan caliente que pasé algunos días en cama poniendo hielo y fomentos de té de manzanilla para calmar la comezón y el ardor, sin posibilidad alguna de aguantar el roce de cualquier tela.


Las cremas y la inyección que en ese momento me pusieron me ayudaron a calmar el brote y en mi piel solo quedaron manchas de cada una de las ronchas.

Me sentía horrible.

Me veía y era otra.

Sentía mucha vergüenza.

No le conté a nadie.

Sentía que era algo repugnante y como era algo desconocido para mí, sentía que yo era la única que había pasado por eso y nadie lo entendería.


En ese momento, se acercaba mi graduación y me atormentaba pensar que para ese día me vería así, manchada de mi piel. Ahora me siento tan mal por haber presionado de tal manera a mi cuerpo a mejorar sin valorar la capacidad de sanación que tuvo mi piel en ese momento.

Cuando uno ya conoció el demonio, el miedo es sobre su recuerdo.

Juré que nunca más me iba a volver a pasar, que era como esas cosas que solo te pasan una vez en la vida, pero dos años después volvió la crisis. En realidad fueron dos en menos de un mes.


Aunque fue un poco más leve, el proceso fue el mismo. Siempre sentir vergüenza.

Vergüenza de contar a alguien lo que tenía, vergüenza de que alguien se diera cuenta, vergüenza de verme al espejo, vergüenza de no saber cómo controlarlo.

Y luego venía la culpa, esa que sentía porque mis pensamientos y mi cabeza lo generaban y yo no podía simplemente calmarme como todos me decían.


Aprendí a escuchar

A partir de ese momento me hice consciente que era una forma en la que mi cuerpo me pedía calma, me avisaba que estaba rebasando mi límite y sí, tal vez era la manera de poner una barrera para alguien que en ese momento no tenía idea de cómo poner un límite.

Es que en ese momento no tenía idea de cómo se veía un límite.

Sinceramente, yo solo quería que nadie me tocara y mi piel hacía todo para repeler ropa, jabón, caricias, abrazos, miradas, compromisos, personas.


Después de esa segunda crisis la dermatitis nunca se fue. "Mi crema" ahora forma parte de mi rutina y siempre la tengo a la mano. Me la llevo en cualquier viaje y no la olvido en momentos importantes. Sobre todo, en momentos importantes.


No he vuelto a tener una crisis grave, es como si hubiera hecho una tregua con ella. No la niego, ahora hablo de ella sin vergüenza. Ya no me da miedo aceptar que mi cabeza me juega una mala pasada y regresa. Ahora soy capaz de enfrentar esa barrera de sentir que no la puedo controlar y dejo que fluya.

Y ahí está, silenciosa, casi imperceptible pero presente, acompañando a otros demonios. Dándole voz a algunos de ellos. Recordándome que lo que mi boca calla mi cuerpo lo habla.

Qué importante escuchar, observar y analizar nuestro cuerpo. Pero sobre todo, qué importante es ser transparente con él. Reconocer cuando nos avisa que algo no está bien.


Si estás leyendo esto, espero que también hagas las paces con esos signos que a nadie le cuentas, esos demonios que se reflejan de una u otra manera.


Hablemos de eso. Normalicemos los cambios en nuestro cuerpo por nuestras emociones.


Y tú, ¿Con que has tenido que hacer las paces?




Comments


Suscríbete

¡Gracias por suscribirte!

Cuéntame de qué te gustaría hablar

¡Gracias por escribir!

bottom of page